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El peso de la cultura sobre la salud humana

Por el Dr. Ramón Rocha M.

La cultura es una construcción que surge de las ideas. Conforme el hombre evolucionó, al grado de lograr un pensamiento complejo, comenzó a idear cosas y procesos para subsanar todas sus necesidades biológicas: las reproductivas, las nutritivas, las metabólicas, las de protección, las de bienestar o las de ocio. Así, nuestros antepasados inventaron las distintas formas de cocinar un pollo para ya no comerlo crudo; o inventaban otras formas de enamoramiento, cortejo y casamiento para ya no reproducirse tan naturalmente; o inventaron las distintas maneras de juego para lograr satisfacer la necesidad de ocio.

Aunque tanto las necesidades reproductivas, nutritivas, metabólicas o de ocio son procesos que llevan a la salud, es la necesidad de bienestar, es decir, de sentirse bien, la encaminada estrictamente a la salud. En este juego de creación de nuevas formas culturales, surgen otras que sirven para explicar los fenómenos que afectan al bienestar, ¿y qué afecta al bienestar?, la respuesta es el dolor, la debilidad, las náuseas, el mareo, la desorientación, la falta de capacidad en los sentidos, entre otras cosas.

Partiendo de la propuesta de Morgan, Marx y Engels, en un principio, el hombre buscaba estrategias mágicas para recuperar el bienestar, como era la interacción con espíritus y dioses, hasta lograr procesos, usando poderes invisibles, para mejorar la salud; estos métodos eran producidos: la invocación, los sacrificios, los conjuros, los rituales, han sido inventos, es decir, creaciones basadas en la razón, de esta forma actos culturales. Con el tiempo, el hombre identificó que se podía recuperar el bienestar con plantas, minerales o animales cuyo consumo en ciertas características lograba obtener la salud. El proceso razonado de experimentar y observar los usos medicinales de estas sustancias en el cuerpo generaba procesos terapéuticos y farmacológicos metodologizados, experimentados y observados, es decir, lograba nuevos procesos culturales.

Finalmente, el hombre identificó con los siglos que existen otras formas de manipulación química, tecnológica o molecular que puede mejorar el bienestar: así experimenta, observa, escribe, publica y discute los nuevos y viejos procedimientos médicos, y todo este ejercicio se llama cultura.

Con este devenir se forman sistemas culturales de salud, es decir, el juego de los agentes que comparten el mismo sentido básico del fenómeno de la salud-enfermedad: el fenómeno antiguo en que la enfermedad, al pensarse que es castigo de dioses o espíritus, se resuelve con rituales para contentar a los entes superiores. En este modelo, tanto enfermos como médicos pensaban de la misma manera y el sistema generaba cultura. Para lograr ello se hicieron: templos, objetos rituales, estatuas, etc.; cuando el modelo cambió al considerar que las enfermedades se resuelven con plantas medicinales, el sistema adaptó su cultura para construir los formatos boticarios antiguos y tanto médicos como pacientes pensaban de la misma manera: una planta sana la enfermedad.

Pero con la industrialización europea y norteamericana, el modelo de salud transfirió su solvencia, a la capacidad de la industria y la ciencia de inventar o descubrir fármacos, productos químicos para cada enfermedad. De esta forma, la cultura médica se posicionó en que la tecnología y su distribución a través de las formas de comercio podrían resolver los problemas de salud: la cultura generó la creencia que para cada enfermedad hay un fármaco que se vende; que los más novedosos son los mejores, aunque llegan a ser los más caros; que esta calidad de novedad la tiene el médico más preparado y más cotizado, y así, ese médico al cobrar más por sus servicios, reafirma que es la mejor opción. Sin embargo, la cultura médica alópata integra a su conjunto de saberes que hay enfermedades que no se curan, no porque no se puedan curar, sino porque la industria no ha generado el medicamento, y si hay algo fuera del protocolo científico que controla a la industria farmacéutica, que pretenda curar la enfermedad incurable, entonces es charlatanería y no entra en el modelo socialmente legitimado.

La salud es una construcción compleja. Su base es el cambio biológico que produce malestar. Aunque existe una definición plenamente aceptada a nivel mundial, como la referente que salud es “…el estado de perfecto (completo) bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad” (OMS, 2013). Sin embargo, la salud es reconocida de diferentes formas de acuerdo a las distintas tradiciones culturales. En recientes estudios de trabajo de campo realizados en el mes de agosto pasado en las comunidades mayas de Chemax y Peto (Yucatán), encontramos que los médicos indígenas mayas conciben que salud es un estado en el cual se está feliz, de buen ánimo. A expresiones directas nos dijeron que si hay dolor, náuseas, mareo o cansancio entonces no hay ánimo, no hay salud (CNPSS, 2019).

De esta forma, a consideración del sociólogo Piere Bourdieu (2008 [1992]), la salud, a pesar de basarse en un entorno biológico, es una construcción social. El dolor, el ardor, la fiebre, la debilidad, la inflamación, la descompensación metabólica y demás formas biológicas se expresan de acuerdo a su representación cultural. Por ello las enfermedades expresarán su malestar de acuerdo a la impresión cultural: como la tuberculosis y su señalización a ser una patología de pobres; el VIH y su señalización de ser una enfermedad de promiscuos y homosexuales; la diabetes y su señalización de ser un mal de personas con irresponsabilidad alimentaria, entre varios ejemplos.

De acuerdo a esto, la salud que es una construcción cultural, es nutrida por una serie de conceptos que pueden desalentar a su portador. La cultura de la mala salud conlleva una serie de cargos, de culpas, como lo estudiamos en población con diabetes, donde la carga cultural daba culpabilidad a sus enfermos (Rocha, ISSSTE 2008). Si es cierto que las enfermedades biológicas se originan en parte por los estilos de vida, estos estilos no se construyen solos, se basan en mercados de consumo y de desorganización social, muchas veces estimulados por las políticas públicas. El paciente con Síndrome Metabólico (diabetes mellitus, obesidad, dislipidemia, hipertensión arterial) tiene una responsabilidad por el estilo de vida si ha sido sedentario y alto consumidor de calorías, sin embargo el sedentarismo y mala alimentación es estimulada por una serie de generaciones de políticas públicas que han acercado a las mesas de las familias, a los refrescos y no al agua; o que ha permitido que estos se endulcen con fructosa en vez de azúcar de caña, haciéndolos más letales. Si el alto consumo de tortillas estimula este síndrome, como lo comprobamos en poblaciones indígenas y mestizas de Veracruz (Rocha, ENAH, 2019) lo aumenta más la tortilla hecha de maíz híbrido que del maíz criollo, desplazado por el ingreso de mercados neoliberales. O en el caso del alcoholismo, del cual ya identificamos los genes asociados a su vulnerabilidad (los ADH1A, ADH1B, ADH1C, ADH4 y ADLH2), involucran la conversión del etanol a acetaldehído por alcohol deshidrogenasa (ADH), y este último a acetato por aldehído deshidrogenasa (ALDH). Esto hace conocer los procesos metabólicos que explican la protección química de quienes no son tan propensos a éste, pero que a pesar de toda esta información, la industria farmacéutica no invierte en buscar formas para su medicalización pues la venta de alcohol es mejor negocio que su farmacia.

De esta forma, la carga cultural sobre la enfermedad no la origina totalmente la voluntad o falta de voluntad de las personas enfermas, sino que contribuye en esta la culpa dada por las malas políticas gestadas en el siglo XX y principios del XXI, que han abundado al fortalecimiento de mercados no sanos y la idea de consumo a través de los aparatos de difusión, regulados sin regularse. De esta manera, la persona enferma debe considerar que su culpa es en parte, pero que hay otra culpa ajena a él que, a referencia de Michael Foucault (2008) patologiza la vida contemporánea, manipulando la cultura para que toda la culpa recaiga en la persona enferma. Por eso hay que trabajar en el análisis de este tema, la desculpabilización de los pacientes y la reflexión al modelo de derecho a la salud que deseamos.

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Dr. Ramón Rocha Manilla

Médico y antropólogo, especializado en desarrollo.
Secretaría de Salud/CNPSS. COLMES S.C.

IMAGEN: Diseñada por Freepik

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Revista 3 – Sep2019

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