Dr. Jorge Chávez Hdez.
El arte de sanar más allá de lo físico, con mucho amor, un tanto de humildad y una pizca de letras
El Dr. Jorge Chávez Hernández, nos ha concedido amorosamente esta entrevista compartiéndonos su experiencia profesional y de vida. Es médico cirujano por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con especialidad en Medicina Familiar por el IMSS. Médico Holístico y terapeuta transpersonal, por la Escuela de Desarrollo Transpersonal de Madrid, España.
Instructor de yoga y meditación. Coordinador de Un Curso de Milagros por más de 20 años. Fundador del Instituto Karuna. Conferencista y escritor. Algunas de sus obras: El Arte de la presencia, El baúl del abuelo, Diálogos de Quirón, Perrario, Maletín de Cuentos, entre otros.
NousMedika: ¿Cómo descubrió su pasión por la medicina?
Dr. Chávez: Más que un descubrimiento fue una revelación. Es decir, desde muy niño -hasta donde la memoria me alcanza- siempre tuve la certeza de que sería “un doctor”, como se decía entonces en el ámbito familiar. Cuando estaba en el kínder, un niño se burlaba porque yo estaba cosiendo con estambre en una tarea escolar, diciendo que sólo las mujeres cosían. Recuerdo que le contesté muy convencido: “Estoy practicando para cuando sea doctor”. Y en mi cumpleaños de 4 ó 5 años, a la hora de pedir un deseo antes de apagar la vela del pastel, tengo muy presente que dije para mis adentros: “quiero ser un buen médico”. No sé si lo de “bueno” se hizo realidad, pero lo de médico, sí.
Entonces, esto de ser médico lo tenía claro desde muy joven. Incluso, en mis años de seminario, pensaba ser sacerdote y médico al mismo tiempo, hasta que mi director me dijo que era imposible: “Las dos profesiones demandan tiempo completo… así es que decide si quieres convertirte en médico o en un sacerdote de nuestra congregación”. Yo tenía quince años y estaba por iniciar el noviciado con los padres salesianos. Tomé la decisión y abandoné el seminario para regresar a mi ciudad y estudiar Medicina.
NM: ¿Qué lo inspiró a nutrir su conocimiento médico con la Filosofía?
DCh: Durante mis estudios en la Facultad de Medicina, escuché a un maestro decir:
“Quien sólo sabe medicina, en realidad no sabe Medicina”. Estaba citando a José de Letamendi, un médico español del siglo XIX que era catedrático en la Universidad de Barcelona; él era -además de médico-, antropólogo, filósofo, pedagogo, pintor y violinista… Se trataba de una frase suelta de mi maestro para reforzar un tema de enseñanza, pero la guardé como un se- milla, que luego floreció cuando tuve la oportunidad de encontrarme con un buen maestro de Filosofía con quien hice amistad y formé un pequeño grupo de estudio con varias personas de distintas profesiones para aprender esa herramienta maravillosa del conocimiento -ahora pasada de moda- llamada “Filosofía”.
Toda una aventura del conocimiento humano, desde Tales de Mileto hasta los pensadores modernos. A través de la Filosofía me enamoré del gozo de saber, de indagar el porqué de las cosas; me enamoré de las palabras, de los significados, de las metáforas y de los símbolos, así como del arte de mirar al mundo y a los humanos con asombro, con reconocimiento y gratitud por pertenecer a la gran familia humana que piensa, siente y crea maravillas con su mente luminosa.
NM: ¿Podría explicarnos cómo surgió el concepto de Medicina Holística y qué lo motivó a practicarla?
DCh: Cuando tenía treinta años me lesioné seriamente la rodilla. Mis colegas médicos me decían que la tenía “hecha polvo” por jugar tanto basquetbol desde chico. La única solución era una cirugía, y el pronóstico no era nada halagador. En ese tiempo mis hijos eran pequeños y aprendían Kung-fu en una institución en donde se enseñaba también el Yoga y la medicina alternativa. A instancias de uno de los maestros comencé a practicar Yoga y a aprender técnicas de respiración consciente, meditación y relajación física para mitigar los dolores intensos que sufría al caminar e incluso durante el reposo. Al principio no hubo mejoría, incluso se inflamó más la articulación, pero confié en el maestro que me aseguraba que eso era parte de la curación. Perseveré, y a los tres meses estaba totalmente curado y podía realizar perfectamente todos los ejercicios de la gimnasia psicofísica y las posturas (asanas) que demandaba la práctica. Me convencí a mí mismo de que había “otra manera de curar” además de la que había aprendido en la escuela de Medicina.
Indagué por mi cuenta y, con la ayuda de tutores calificados y sanadores de la “visión holística” que se basaban principalmente en la medicina oriental (ayurveda, medicina china, tradición tibetana). Descubrí la filosofía de Oriente de la mano del Bhagavad-Gita, el Tao Te King, el Dhamapada, el Vedanta y una serie de maestros que hablaban de la sanación energética, la meditación, la alimentación consciente y respetuosa de la vida animal, la espiritualidad sin la carga de culpa, pecado, cielo, infierno o la glorificación del sufrimiento como único camino de redención…
Yo seguía ejerciendo la medicina ortodoxa que aprendí en la escuela, pero la iba alimentado con mi nueva práctica e inda- gación personal que cada vez se fue enriqueciendo y transformando, a tal grado, que mis colegas comenzaron a verme con recelo, sobre todo porque era yo maestro en la Facultad de Medicina y externaba mi pensamiento y mi sentimiento con respecto a la manera de practicar la curación, hasta que llegó la ruptura con el paradigma reinante de la medicina enfocada exclusivamente en el cuerpo físico, la ciencia occidental y la supremacía de los fármacos de los laboratorios que dominan el mercado.
Renuncié a mi puesto en la Facultad y fundé un centro de Yoga y terapias complementarias llamado “Malinalli”, que significa “la hierba que crece y da vida”, en náhuatl. A partir de ahí -hace más de 30 años- me fui convirtiendo en el médico que ahora soy, ni completamente académico ni completamente alternativo, sino la conjunción de los dos caminos. Comencé a leer a Deepak Chopra, que en ese tiempo publicaba sus primeras obras: “Cómo crear salud”, “Medicina cuántica”, “Medicina mente-cuerpo”, encontrando muchos puntos de acuerdo con este autor, el cual ejercía en Boston como médico internista (endocrinólogo) pero con todo el sustento filosófico de la medicina ayurvé- dica. Descubrí que no era una visión aislada la que yo había elegido, sino que muchos médicos estaban practicando lo que comenzó a llamarse “Medicina Holística” o medicina integral (“Holon” es un término griego que significa “lo completo”, lo total, lo no-fragmentado).
Reconozco que mi práctica médica no es muy diferente de la de otros médicos, sólo que con una visión más amplia y -creo- más cercana a la experiencia humana que incluye sentimientos, creencias, circunstancias biográficas, familiares, culturales… Este camino alternativo me ha permitido conocer y aprender de muchos maestros, entre ellos de mi amigo y compañero de enseñanza-aprendizaje, el Dr. Antonio Meneses, a quien admiro y respeto y con quien sigo unido, con distancia física pero con cercanía esencial, como decía San Agustín: “libres en lo accidental, unidos en lo esencial, juntos en el amor”.
NM: Sabemos que ha escrito varios libros. ¿Cuándo surgió su gusto por la escritura y qué experimenta al escribir?
DCh: El gusto por escribir nace de la necesidad de comunicar al mundo lo que descubres en tu alma. Recuerdo una frase de Un curso de Milagros que dice: “Aquello que consideras valioso, asegúrate de darlo a los demás para que de veras sea tuyo”. Nunca fue mi meta hacerme escritor ni publicar libros. Fue algo que se dio de manera natural. Yo escribía lo que sentía, lo que pensaba, lo que iba descubriendo y experimentando a lo largo del camino, como un navegante que hace apuntes en su bitácora o un viajero que escribe impresiones de lo que va descubriendo. Cuando menos acordé, ya estaba un libro y sólo faltaba un título, una portada e imprimir esas palabras que se hicieron párrafos, capítulos y ensayos completos.
Decir lo que pienso acerca de la vida y lo que siento, vistiéndolo con personajes, diálogos y metáforas se convirtió en un juego, una forma lúdica de compartir lo aprendido y de enseñar lo que descubro a cada momento en los rincones del alma. No me considero un escritor, sino un profesor que hace apuntes para sus alumnos y que aprende de esos alumnos cuando se retroalimenta la escritura.
NM: De todas sus publicaciones, ¿cuál es la que más le ha significado y por qué?
DCh: Es una pregunta difícil. Es como preguntarle a una madre a cuál hijo quiere más. Cada libro corresponde a un período de mi vida y cada aprendizaje está expresado con símbolos y señales de ruta, como un mapa de mi existencia temporal y transitoria en el río que nos conduce al océano de la totalidad, en donde ya no cuentan las palabras ni las experiencias sino como algo anecdótico y banal. “Diálogos de Quirón” señala mi breve incursión en la Filosofía y la mitología griega. “Jade color esperanza” da fe de mi pasión por conocer nuestras raíces pre- hispánicas. “Perrario” muestra el amor incondicional que aprendí de Nicky, mi compañero animal en esta vida. “El arte de la presencia” recoge todo el amor y el dolor por la muerte del hijo amado. “Pensar con el corazón” fue mi manera de poner en un cuento largo las enseñanzas de Un curso de Milagros. “El baúl del abuelo” retrata la relación inocente y gozosa que nos regalan los nietos. Y así, cada libro es una historia personal que se vuelve propiedad de quien la lee y deja de ser mía para volverse nuestra.
NM: De todo lo vivido, ¿qué ha aprendido de la vida y qué es lo que más disfruta compartir con los demás?
DCh: No lo sé. Sinceramente creo que he aprendido muy poco, pero al mismo tiempo siento que no hay necesidad de aprender nada cuando nos damos cuenta de que no “vivimos nuestra vida”, sino que es la Vida (con mayúscula) la que nos vive a todos simultáneamente y sin acotaciones, sin restricciones, sin diferencias verdaderas. A veces me he asomado a esa verdad de la no-separación de la que habla Un curso de Milagros. Muchas veces he experimentado el amor que me confirma la unidad con todo lo que es, a través de lo que toco, huelo, saboreo, escucho… Me he rendido -en contadas ocasiones- a la contundencia de ser parte del todo y, al mismo tiempo, vivir desde una individualidad temporal y pasajera. Por ello, disfruto cada momento como la única verdad. Cuando tomo el café del desayuno, cuando escribo una frase que me emociona, cuando escucho una melodía hermosa, cuando miro la inocencia en la cara de un pequeño, cuando alguien recupera la salud perdida, cuando alguien ríe con satisfacción, cuando alguien llora con profundidad su pérdida y yo puedo estar ahí, presente, sólo para acompañar sin decir nada… pero sintiendo el dolor de la naturaleza humana. Todo eso es lo que más disfruto, además de lo que vendrá en el siguiente instante de conciencia.
NM: ¿Cómo surgió el Instituto Karuna y qué tipo de actividades imparten?
DCh: Cuando Jorge murió y Alex se fue a Escocia -recién casado- a culminar sus estudios en Relaciones Internacionales creí que mi rol de padre estaba concluido y que “heredar” mi trabajo de toda la vida o pasar la estafeta de la medicina holística no era parte de la historia, de mi historia. Pero… al cabo de algunos años, la vida me desmintió; es decir, la gracia de Dios se reveló (dos maneras de decir que no sabemos nada de nada). Alejandro regresó con un doctorado en Filosofía Teológica y una práctica sólida en la meditación y la psicología budista. Su esposa, Paloma, se especializó en nutrición ayurvédica y enseñanza de Yoga. Alex tomó como nombre de práctica budista la palabra “Karuna”, que significa “compasión”, y Paloma dejó de ser maestra en ciencias para convertirse en experta en curación holística. Paty -mi esposa- hizo valer sus estudios y su práctica en administración; y yo, sólo me dejé llevar por lo que la vida nos ofrecía: la creación de un instituto que se dedicaba a la práctica holística, con toda la familia comprometida en ello y una comunidad de pacientes y alumnos que nos acogieron con amor y comprensión, tal como nosotros los acogemos a ellos con alegría y entusiasmo.
El Instituto Karuna no lo hicimos nosotros. Fuimos reclutados por el espíritu creador para extender la aventura de aprender y enseñar, de sanarnos y de sanar, de iluminarnos y de iluminar. ¿Hay algo mejor qué pedir?
NM: ¿Hay algunas metas o proyectos que tenga usted en mente y que nos pueda compartir?
DCh: Enseñar la visión holística, tanto a médicos como a pacientes, a través del curso anual que acabamos de iniciar en el Instituto y que -esperemos- tenga buena aceptación. Tal vez publicar -si las condiciones se dan- lo que escribí durante todo el año 2019, un texto que se llama “Nudo Azul”, y que recoge mis reflexiones sobre muchos temas vitales y que pudiera estimular los pensamientos y sentimientos de quien lea este trabajo. Hace apenas unas semanas iniciamos las actividades del Instituto en un nuevo espacio, lo cual trae como consecuencia, la renovación y el fluir de creatividad que se requiere para continuar evolucionando.
NM: ¿Qué legado le gustaría dejar en este mundo y cómo le gustaría que lo recordaran?
DCh: Como un ser humano interesado en sanarse a sí mismo a través de la sanación de otros, y de iluminar su vida iluminando la de los demás. Con frecuencia pienso en aquel ciego que caminaba por la noche con un farol encendido, y la gente se burlaba de él diciendo: “¿Para qué quieres un farol si tú no puedes ver la luz? Y él respondía: “La luz no es para mí, sino para quien se cruce en mi camino.”
NM: Si usted fuera un personaje de sus cuentos, ¿quién sería en este momento y qué frase le gustaría dejar en nuestros lectores que se encuentran sufriendo alguna enfermedad o alguna pérdida?
DCh: Estoy tentado a responder que me gustaría ser el centauro Quirón, o la maestra Karuna. Sin embargo, creo que en este momento me encantaría ser simplemente el abuelo que saca de su baúl enseñanzas simples y palabras sencillas para regalar, sin pretender lograr nada más que dar un poco de lo recibido.
Cuando la maestra Karuna estaba muriendo, le dice a su querida alumna: “Quiero contarte un secreto: no voy a morir. Desapareceré de tu vista, tal vez, y me ocultaré por un tiempo en el manzano y en las flores del jardín. Te acariciaré los pies cuando camines descalza y te arroparé por la noche con la brisa del verano. Algunas veces enjugaré tus lágrimas con mis manos de viento y en otras lavaré tu cara con la lluvia… Podré besarte cuando te toques la cara y te cantaré cada mañana con voz de jilguero… Me sentaré contigo a meditar cada mañana y me verás en tus sueños apacibles. Me escucharás en tus pensamientos y latiré en tu corazón de carne… No me iré, pequeña; tal vez me vuelva invisible, pero nunca te abandonaré.”
NM: Le agradecemos mucho su tiempo, pero sobre todo, sus palabras, sus enseñanzas y esa luz que nos regala para que nuestra existencia se ilumine un poco más.
Editorial NousMedika
Dra. Xochitl L. Meneses S.-
Entrevistadora
IMAGEN: Por Revista NousMedika
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