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No es fácil ser paciente

Por el Dr. J. Antonio Meneses Hdez.

Antes de abordar este tema, quisiera proporcionar a ustedes, la definición dada al sustantivo Paciente por la Real Academia Española, y así tenemos que:
El vocablo paciente, proviene del latín patiens, -entis, part. pres. act. de pati, que significa: padecer, sufrir, tolerar, aguantar.

1.Cómo adjetivo se refiere a aquél “Que tiene paciencia”.
2. Que implica también al que “manifiesta o implica paciencia”.
3. Persona que padece física y corporalmente, y especialmente quien se halla bajo atención médica.
4. Persona que es o va a ser reconocida médicamente.

Hasta aquí podemos percatarnos, de la relación existente entre el sustantivo paciente con la Actitud Paciencia, teóricamente, la actitud que debe asumir todo enfermo es, ser un verdadero Paciente.

Esto en la gran mayoría de los enfermos no ocurre y la actitud que se asume es la Impaciencia; lo que va a hacer que la enfermedad, se prolongue de manera directa, a los niveles de impaciencia.

Lo más importante, en el curso de una enfermedad grave, es la actitud que mantiene el Paciente; y ésta, no depende para nada del médico, ni de la medicina; sino de la Historia de vida, de cada persona.

¿Qué es la enfermedad?

Como médico primero y, como paciente después, puedo afirmarles que la Enfermedad, no es más que el cúmulo de malas experiencias, que vivimos en nuestra niñez, adolescencia y en la vida adulta, que nos lastimaron el alma, y las guardamos en el subconsciente, desde donde al pasar de los años, se transforma en enfermedad física. Esto no lo digo yo únicamente; el día de hoy, existe una rama de la Medicina, que se denomina Psiconeuroendcrinoinmunología, que describe perfectamente este proceso.

Pues bien, como resultado de estas “malas experiencias de vida”, generamos miedo, ira, angustia, resentimiento, envidias, depresión, baja autoestima y estos son los 7 pecados capitales para el alma, que nos mantienen con un “malestar en la vida”; porque nadie vive feliz con ninguno de estos sentimientos; mucho menos, cuando se vive con 2 ó 3 de estos demonios.

Este malestar se agrava, cuando aparece la Enfermedad. Todos pensamos, que la Salud es un derecho, que tenemos y merecemos, por default. Cuando nos despertamos con una enfermedad grave, nos preguntamos: ¿por qué yo? ¿por qué a mí? Y nunca hallamos la respuesta. En este mismo estado, me encontraba yo, hace poco más de 2 años; cuando sufrí un infarto cerebral, que me dejó en silla de ruedas, requiriendo la asistencia las 24 horas, de mi amada esposa Lupita.

Después de haber sido sometido a una cirugía cerebral, de haber presentado 2 infartos al miocardio y ahora este infarto cerebral ¡que me dejó inválido!, las mismas preguntas me hacía yo; y me decía: “yo he sido un hombre bueno”, “he dado mucho servicio a la gente”, “he ayudado a muchos en la vida” y ¿por qué me pasa esto a mí?

“La enfermedad, no es cuestión de si es uno bueno, o malo en la vida”; sino de que tanto tiempo, cargamos con algunos de esos “pecados” que mencioné; para mi caso, mucha angustia, ira, con una mezcla de miedo y falta de un perdón sincero, a mi padre, y a mi mismo. (Esta es otra historia).

Como les narro anteriormente, estando en Vancouver, Canadá, de visita en la casa de mi muy querida hija Eli y su familia, súbitamente presente un infarto cerebral, que me puso al borde de la muerte. Gracias a la oportuna intervención del personal médico, del hospital Vancouver y a mi obediencia (a pesar de ser médico), a las indicaciones que me daban los médicos que me atendieron y a los que actualmente me atienden.

En esta ocasión yo pasé de ser médico, a ser paciente. “No debo pensar como médico” –me repetía yo-. Yo soy simplemente un paciente más, y mi pensar debe ser el de un paciente; esto es muy importante, el seguir al pie de la letra todas las indicaciones sin tanto cuestionamiento.

Sólo como una información, de cada 100 personas que sufren un infarto cerebral, 70 se mueren, y de los 30 restantes, muchos quedan para siempre postrados en una cama, o en una silla de ruedas; otros quedan sin habla, unos más ciegos y así sucesivamente y, muy pocos, tal vez máximo 10%, muestran una recuperación total.
Gracias a mi Dios, a mis 66 años de edad, yo soy uno de ellos. ¿Qué hizo la diferencia? La Actitud ante la Enfermedad.

Al verme inválido, yo me propuse demostrarle a mis hijas (Xóchitl, Lucero y Eli) y mis nietos (Uriel, Alan, Joshua, Ángel y Bianca), que nunca se dejaran vencer por ninguna enfermedad y ser un ejemplo de entereza y de perseverancia. ¡Es la mejor herencia que yo les puedo dejar, el no verme vencido!

Eso me hizo empezar a caminar, esforzándome cada día, venciendo el pánico a tener una caída. (Cuesta muchísimo trabajo y esfuerzo volver a caminar, después de un evento de estos).

Me entregué a Dios y con la ayuda de Jesucristo y la Virgen de Guadalupe, empecé mi caminar, sintiendo que me iba apoyando de la mano de cada uno de ellos (que mayor seguridad de que no iba a caer).

Quiero dar mi testimonio, que lo que llamamos Enfermedad, no es más que un llamado de Dios, para que volteemos a Mirarlo y recordar que Él es Nuestro Padre Celestial. Comprendí el valor de la enfermedad en mi vida y supe que la Enfermedad, es necesaria para el Renacimiento Espiritual.

A dos años un mes del infarto cerebral, Dios me guío ha cursar una Maestría en Salud Pública y actualmente curso el “Doctorado en Alta Dirección e Innovación de Instituciones”.

La enfermedad me brindó el tiempo necesario, para dedicarlo a ampliar mi formación profesional y lo más importante, me llevó a tener un re-encuentro con Nuestro Padre Celestial.

A cualquier enfermo, le aconsejo: “Orar al Padre, para tener una buena actitud ante la Enfermedad y de este modo, contribuir con el médico y con el medicamento”.

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Dr. J. Antonio Meneses Hdez.

Médico Inmuno-Oncólogo. Rector y fundador del Instituto Mexicano
de Inmunología General e Inmuno-Oncología A.C.

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Revista 6 – Sep 2020

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