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El profesional de la salud con un familiar enfermo

El profesional de la salud y su trabajo

Los profesionales de la salud nos dedicamos a tratar con personas que sufren por enfermedad y necesitan soporte y apoyo. Es un acercamiento al sufrimiento de los otros, de desconocidos, a los que damos lo mejor de nosotros mismos para atenuar su dolor. Es algo que todo ser humano siente ante otro que sabe que es semejante, próximo, prójimo. Pero en los profesionales sanitarios se convierte en trabajo, en vocación, dedicación, y conduce a la propia realización.

Es difícil separar las emociones del trabajo, no llevarse a casa las tristezas y lamentos de pacientes que afrontan enfermedades graves y que, a veces, mueren. Pero es imprescindible separar ese tiempo laboral de la dedicación a la familia, al descanso, el relax, hay que hacer pausas y paréntesis entre tanto sufrimiento y tensión de las urgencias y decisiones a veces vitales. No somos inmunes, ni debemos serlo, pues perderíamos la humanidad imprescindible para dar algo más que técnica en nuestra atención cotidiana a los enfermos. La familia es nuestro baluarte, el lugar donde no llega la enfermedad que contagia cada sala de hospital, cada consulta.

Enfermedad en la familia

Pero como cualquier otra persona, la enfermedad puede afectar a alguien de esa familia que es nuestro soporte y descanso. Ya no se trata de aliviar el sufrimiento de otros, sino el del otro, de nuestro ser querido, el padre o la madre, la pareja, alguno de los hijos. Sólo que como profesional ya no tengo en mis manos los medios para curar o aliviar esa enfermedad que supera mis conocimientos. Pasamos a ser acompañante, familiar, cuidador. Todo lo que hemos aprendido vale para mi especialidad, pero ahora la salud de quien quiero depende de otros compañeros que tienen en su mano las decisiones y terapias que hay que pasar.

Ver a un ser querido sufrir es doloroso, pero los familiares y el propio paciente deposita la confianza en los profesionales, desprendiéndose de parte de esa responsabilidad. En esta situación, sin embargo, nos convertimos en los receptores de toda la información, todo se nos comunica con lujo de detalles: “como eres médico o enfermera.” Y el resto de la familia vuelca su confianza en ti, como si tu profesión fuera el antídoto para superar esta adversidad. Todas las decisiones difíciles pasan por ti. Y se suma, a tu propio dolor por ver sufrir a quien quieres, el peso de la responsabilidad, una carga no siempre fácil de soportar, y para la que nunca se nos ha preparado.

Es verdad que hay una complicidad entre compañeros, que se siente un apoyo especial, una comprensión diferente, que se refleja en una atención ágil, una disposición inmediata, una cierta facilidad para realizar pruebas y consultar a otros especialistas. La familia sanitaria se apoya mutuamente y nos recuerda que es verdad que tenemos otra familia, además de la natural. Eso crea lazos, complicidad, ayuda a conocerse y mejora la relación laboral al impregnarse de la relación humana, que puede perdurar.

El profesional de la salud y sus emociones

Sin embargo, reconvertidos al rol de familiar, de cuidador, experimentamos un sentimiento nuevo, que solo algunas veces hemos tenido en casos muy difíciles: la sensación de impotencia. Un estudio en pacientes con cáncer muy avanzado demostraba que lo que más temen los pacientes es al dolor y la soledad, pero lo que provoca más sufrimiento en los familiares es la impotencia, la sensación de no poder hacer nada por su ser querido. Todo depende de otros. Cuando actuamos como médicos, si hay un diagnóstico difícil, si sentimos que no llegamos a responder adecuadamente, siempre tenemos el recurso de pedir ayuda a otro profesional, de pasar ese caso ante el que no podemos hacer más a otro colega con más experiencia o recursos. Pero cuando es nuestro familiar quien padece, nosotros padecemos con él o ella y no somos capaces de desprendernos de esa incapacidad.

Salvo el dolor físico, ya que no tenemos nosotros la enfermedad, sentimos dolor en todas las dimensiones que nos constituyen como seres humanos. A nivel emocional porque nos duele el corazón, por el cariño que nos une y ver sufrir a tu ser querido duele, y mucho. A nivel social porque se rompen los planes, los proyectos, la relación con amigos, los viajes… A nivel intelectual porque no paramos de buscar otras soluciones, llamar a unos y otros, estudiar sin encontrar respuestas en una confusión e incertidumbre creciente. Y en la dimensión espiritual porque sentimos el miedo a que pueda morir quien más queremos, y eso cuestiona el sentido de la vida, e incluso hasta nuestra propia vocación. ¿Para qué sirve todo lo que hemos estudiado, todos los años de carrera, toda la dedicación para aliviar a otros, si no puedo cambiar el rumbo de la enfermedad de mi ser querido?

Algunas veces si el desenlace es fatal, se cuestiona hasta el hecho de continuar trabajando en el ámbito sanitario, pues eso supone seguir estando cerca de personas que sufren enfermedades y que me recuerdan continuamente los periodos tristes que pasamos toda la familia y que no querría volver a revivir.

El profesional de la salud transformando el dolor propio

A veces resulta todo lo contrario y el profesional encuentra en su dedicación a otros el sentido de lo que no puede hacer ya por quien amaba. Mari Angeles, enfermera amiga mía, perdió a su hijo único Jose Angel con 12 años por cáncer. Pasado el periodo de duelo, decidió pedir traslado a la sala de oncología infantil donde siguió hasta su jubilación. Su dolor inmenso se transformó en una dedicación total para cuidar a otros niños y sus padres que pasaban por lo mismo que ella tuvo que vivir. Un verdadero ejemplo de trascendencia y búsqueda de sentido ante lo inevitable.

Y cuando hay una enfermedad crónica en casa, la experiencia de acompañar en el sufrimiento mantenido, nos ayuda a comprender mejor a quien vive cada enfermedad que se prolonga en el tiempo, a relativizar el sufrimiento crónico inevitable y aceptarlo con la confianza de que lo que no se puede cambiar, permite aliviar el sufrimiento de otros.

La enfermedad es innecesaria en la evolución de la naturaleza, pero es inevitable. Somos nosotros los que hemos de encontrar el sentido para que la impotencia se transforme en acción, el sufrimiento en amor. Y ese entrenamiento en nuestra propia familia nos hará crecer para ser mejores profesionales, mejores personas, con un corazón más grande para la compasión y la presencia junto a nuestros enfermos.

Picture of Dr. José Luis Guinot

Dr. José Luis Guinot

Médico, Oncólogo-Radiólogo. Jefe de unidad de radioterapia
del Instituto Valenciano de Oncología.
Presidente Asociación Viktor E. Frankl

Correo electrónico: jlguinot@comv.es

 

IMAGEN: 1. Diseñada por wavebreakmedia_micro/Freepik
2. Diseñada por mikel_taboada/Freepik

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Revista 7 – Marzo 2021

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