Cambié de perspectiva y recuperé mi salud
Por Enrique Sepúlveda
Las prácticas que cambiaron mi vida llegaron justo en ese momento en que la enfermedad me asediaba, en el momento de más vulnerabilidad, por no estar atento a lo que pasaba en mi cuerpo físico, por no estar atento hacia comprender a que lugares mis pensamientos me llevaban y por no estar atento a los mensajes de conexión con lo divino; además de eso, había aceptado por completo todo el sis- tema de creencias que me había sido entregado por mis padres y mi familia, por mis maestros, por mis guías religiosos y por el orden político, económico y social en el que crecí. En esos momentos yo no lo sabía, pero todo ese sistema de creencias no me pertenecía.
Nací en el año de 1968 y tuve una educación promedio como muchísimas personas de este país, tuve una infancia feliz en una familia de 5 hijos, donde fuí el único varón, educado en el sistema patriarcal, que en esos momentos se le cuestionaba poco o nada. Estudié todos los grados escolares y me gradué como contador público en el año 1991, ingresé al mundo laboral y establecí un despacho contable en el que trabajé durante 26 años, me casé por el civil y por las leyes del catolicismo formando una familia con mi esposa y 2 hijas. De modo que me convertí, sin tenerlo muy consciente, en la persona que mis padres, familia y amigos esperaban me tendría que convertir: un profesionista trabajando en el mundo laboral, jefe de familia, obediente al sistema.
Sin embargo, de pronto algo cambió: empecé a cuestionarme todo. A pesar de que mi vida encajaba perfectamente con mi entorno, en el fondo siempre existía una especie de inconformidad, de desazón, llegaban momentos de frustración, tristeza o enojo que me hacían darme cuenta de que algo importante faltaba y todo esto lo sentía a pesar de sentir también, por momentos, que había logrado tantas cosas que deberían de mantenerme feliz, y me daba cuenta entonces, de que eso que me hacía falta, no tenía idea de cómo o dónde encontrarlo, me di cuenta de que nunca antes había hablado con ninguna persona, ni conmigo mismo, para conocer sobre mi ser, sobre lo íntimo, sobre lo que hacía, lo que pensaba, lo que sentía. Y aunque para muchos mi vida pareciera perfecta o hasta envidiable, para mí no lo era.
A mi experiencia de vida llegaban muchos avisos en formas de enfermedad, que en ese momento yo no tenía la capacidad de entender, así es que fueron muchos años en los que padecí una migraña implacable, que me paralizaba en ocasiones por dos días y que casi cada semana estaba ahí. Había otros padecimientos más y muchos de ellos tenían que ver con problemas digestivos, dolores aquí y allá; y ningún tratamiento médico tradicional logró remediar mi situación. En esos momentos yo no me daba cuenta de que no funcionaba así, de que no era posible poner la responsabilidad de mi salud en manos de ningún médico, evadiendo mi propia responsabilidad de lo que yo mismo hacía, decía, pensaba.
En ese tiempo no ponía ninguna atención en mi alimentación, consumía alcohol como bebedor social de fin de semana, al que a menudo se le pasaban las copas, veía constantemente programas de televisión con contenidos superficiales, violentos o simplemente deficientes, no estaba acostumbrado a hacer ninguna clase de ejercicio físico, con disciplina, que me mantuviera saludable. A mi práctica religiosa no le veía ningún sentido pues me daba cuenta de muchas incongruencias en mí mismo y en los demás, nunca logré conectar las enseñanzas religiosas con el actuar del día a día. Mis relaciones con amigos parecía que eran profundas, pero en realidad, nunca se hablaba de nada íntimo, siempre en la superficialidad, en la banalidad, en la queja y en la crítica a todo y a todos; era en ese entonces un consumidor prefecto de lo que el sistema establecido me ofrecía.
Mi cambio de perspectiva hacia la vida llegó poco a poco. En el año 2009, me tocó padecer una parálisis temporal por una lesión en mi columna vertebral, era una hernia de disco en la vértebra L4, después de varios estudios, radiografías, resonancia magnética y citas con el médico cirujano, ya estaba todo listo para una intervención quirúrgica. Fue en ese momento cuando una buena amiga, me recomendó ir a una clase de yoga, era ese momento en que esta maravillosa práctica se había abierto camino y cada vez más personas nos sentíamos atraídas para practicar; por supuesto que para mi sistema de creencias, representaba una especie de osadía o rebeldía, pues desde un principio recibí la desaprobación de mi madre quien me decía que porqué me metía con cosas del diablo, que donde estaba la formación que me había dado y que por qué tiraba la formación religiosa que me habían enseñado. Tuve la convicción de que las palabras de mi madre nunca fueron mal intencionadas, reconozco que la enseñanza que recibí en casa siempre fue muy amorosa y con intención enaltecedora para mí y mis 4 hermanas, sin embargo, reconocí también que mi educación tenía un gran componente de miedo y culpa mezclados con ignorancia. A pesar de la visión de mi madre hacia todo lo diferente a sus creencias y enseñanzas, acepté ir a esa clase de yoga y conocer esa misteriosa práctica; hacía poco tiempo que había tenido la experiencia de sacudir un poco mi condicionamiento asistiendo a un taller vivencial que una de mis hermanas me había compartido.
En mi caso particular fue una experiencia de amor a primera vista, de alguna forma en esas primeras clases de yoga que tomé, empecé a experimentar sensaciones y entendimientos sobre mí mismo que antes no había sentido; a nivel del cuerpo físico, bastaron solo unas cuantas semanas para empezarme a sentir muy bien con mi lesión de la columna, así es que decidí posponer la operación… ahora ya pasaron 10 años desde eso y estoy seguro de que ya no la necesito. A través de mi práctica de yoga empecé a entender mi cuerpo y su funcionamiento y me hizo mucho sentido hacer algunos cambios que en su mayoría abonaban en mucho para mis sensaciones de bienestar y salud.
En el año 2011 decidí tomar mi primer entrenamiento como instructor de yoga y empecé a conocer la práctica desde sus raíces filosóficas, lo cual movió en mucho mi forma limitada de pensamiento hacia darme el permiso de experimentar otras prácticas que antes no conocía, como por ejemplo, aprender diferentes técnicas de respiración, pasar mucho tiempo observando y sintiendo sensaciones en el cuerpo, cambiar hábitos alimenticios, cambié mis hábitos de los contenidos de televisión, música, noticias, cambié mi forma de consumir todo lo que se me ofrecía volviéndome mucho más selectivo. Fue en ese momento en el que me convertí no en la oveja negra de la familia, como tal vez me veían, sino más bien como decimos algunos que tenemos esa sensación, en la oveja arcoíris de mi familia, con las connotaciones de raro o loco por parte de ella y por supuesto de muchos de mis amigos o allegados; pero con la convicción de que por fin empezaba a hacer algo que me hacía mucho sentido y con la misma convicción de que valía mucho la pena adentrarme en el conocimiento de mi mismo como una forma infalible para experimentar salud, paz y armonía.
Durante los 18 años de formación escolar más todos los años de educación en casa y de formación religiosa, a mí nadie me había hablado de esto que ahora estaba aprendiendo y experimentando, a mis 40 y tantos años de ese entonces, me sentía como un estudiante de la vida con muchas preguntas que siempre había querido hacer y que siempre habían sido calladas bajo el temor de sentirme rechazado o loco. Fue entonces un momento en el que me di permiso a mí mismo para cuestionar y para indagar, sin miedo, sin culpa y con la sensación de haber encontrado un nuevo camino que si era el mío.
Entiendo que para cada persona ese momento de cuestionarse la vida llega cuando cada quien lo necesita o cuando estás en la posibilidad de escuchar y de escucharte. He constatado que para algunas personas, las menos, llega de una forma ligera, por así decirlo, como un de pronto cuestionarte todo nada más porque sí, una mañana lluviosa mientras tomas un té; pero para muchas otras ese momento llega acompañado de mucho dolor y sufrimiento, por alguna pérdida económica importante, de salud, de algún ser querido etc… Para mí, el detonador fue más parecido a la forma ligera como expliqué antes, o tal vez una combinación de ambas, y las respuestas que buscaba llegaron a través de mi práctica de yoga, la cual me abrió las puertas para aprender meditación, que es una práctica muy relacionada. Llegó también la enseñanza ancestral de los abuelos y abuelas de la tradición en la que, con mi esposa e hijas, aprendimos el oficio del temazcal, participamos en rituales de danzas al sol y a la luna, rituales llamados búsqueda de la visión en la montaña y el rezo con los elementos y cantos de sanación. Llegaron también a mi otras prácticas, en las que no puedo extenderme, pero que todas me han enseñado a desaprender lo que no es mío y a aprender con curiosidad renovada, sobre todo lo que tiene que ver con mi mismo.
Cabe decir aquí, que todos mis padecimientos físicos desaparecieron y que ahora me considero una persona afortunada con buena salud, por supuesto que de pronto experimento la enfermedad, pero ya no es nada comparado a lo de antes, no sólo por la fuerza o frecuencia con la que aparece, sino también por mi forma de afrontarla para continuar aprendiendo de ella.
Durante estos más de 10 años de practicar y compartir yoga, meditación, temazcal y demás prácticas, he tenido la oportunidad de darme cuenta de que la sabiduría para estar sano, ser feliz y sentirme conectado se encuentra toda en mi interior y que sólo necesito tener la paciencia y disciplina para hacer las prácticas que remueven el ruido externo, ese bombardeo que todo el tiempo me dice quién y cómo debo de ser; para de una vez por todas empezar a ser yo mismo, sin máscaras, con confianza y alegría de saberme pleno y conectado, amoroso, consciente, compasivo. Yo lo veo como un proceso para llegar al enamoramiento propio, en el que llego a la conclusión de que todos los seres son igual de divinos y maravillosos que yo, y que esa es la misma maravilla de los atardeceres, de la lluvia, de los astros, y de toda la creación. Comprendo que estos caminos que he encontrado no son los únicos, y deseo que todos logren encontrar el propio, donde se manifieste la plenitud de su propio Ser.
Enrique Sepúlveda
Instructor de Yoga
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