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La libertad: entre el encierro y la aventura

Por el Dr. Miguel Jarquín

De pronto, un murmullo empezó a recorrer las calles, hasta que se convirtió en un alarido estruendoso. El aislamiento se hizo presente y las avenidas, otrora inundadas de gente, carros, camiones y… se empezaron a ver abandonadas. El silencio se filtró con el poder de la suavidad, como el agua, en las casas, los negocios, las escuelas, las iglesias… el bullicio del mundo de fuera, quedó mudo.

Junto con la cantidad de información, de todo tipo, llegó una petición que se convirtió en orden: “¡Quédate en casa!”. Y empezó a aparecer la visión individualista del mundo, que es experta en incriminar: “¡Si no te quedas en casa, eres culpable de que la pandemia se propague y aumenten los muertos!”. La mayoría de políticos y gobernantes tenían que salvar su pellejo y usaron al miedo para asustar a la población: ¡que se divulgue todo tipo de información, con que la gente tenga temor, es suficiente!

El recelo ante el contagio, pero, sobre todo a lo desconocido, trajo, una vez más, un desprecio por el Otro, por el “diferente” y, de ahí, apareció el pánico que llevó a arrinconar a los enfermos y a quienes trabajan con ellos. En algún lugar apedrearon a los médicos y a las enfermeras. No sabemos lidiar con lo que no controlamos y el saber, nos permite controlar. Así, no podemos con lo que no sabemos: “saber es poder”, al decir de Francis Bacon.

Esta actitud no es nueva: recordé los tiempos en que se golpeaba y corría de las ciudades a los leprosos, pero no vayamos tan lejos, a las primeras personas con VIH, se les confinaba en cámaras especiales y… me parece que somos expertos, ante lo desconocido, en rápidamente despreciar y excluir. Alguien dirá: “pero está enfermo, hay que cuidar a los demás”. Sin embargo, sabemos que en algunos países se hicieron experimentos para descubrir las formas de pensar de los niños genios y también los aislaron para observarlos y estudiarlos, aunque no estaban enfermos. Los ejemplos pueden continuar, pero la lección está clara: exilio al diferente; encierro al que amenaza al poder establecido y desequilibra el modo de vida que impera en la sociedad dominante.

¿A qué nos enfrentamos? Al reto por excelencia que aparece en la vida de todo ser humano: ser libre ante los eventos que la vida coloca ante nosotros. Hoy nos enfrentamos a un modo orgánico de disolución y la esperanza aguarda tras la oscuridad de la desesperanza, como la prueba que la reta a que aparezca como una nueva luz. Sin embargo, por lo pronto es de noche y ésta nos arrebata hacia la alienación: no sabemos quiénes somos o adónde vamos. Nos sentimos usados por “alguien”. Necesitamos entrar en esa cautividad que nos corroe: dejar que la desesperanza nos aleccione. Para ello, hay que ponernos de rodillas ante el altar de la vida y reconocer: “no puedo más, me entrego a ti, a esa bondad que traes en tu seno y me llevará al otro lado en medio de este dolor”.

Ahora bien, ponernos de rodillas es reconocer que no somos todopoderosos, pero de ningún modo claudicar que es “renunciar a ser uno mismo”, sino aceptar, que es “salvar su integridad”, ambas, palabras de Gabriel Marcel. La desesperanza nos tritura y, en especial, amasa nuestro “ego” para dar paso a la humildad que forja a partir de la prueba que la “situación” coloca en nuestras vidas y, mejor dicho, nos acrisola para pulirnos y hacer, con esa masa, un buen pan. Nuestra tarea es estar “disponibles” para que la prueba haga con nosotros su faena y nosotros la nuestra. Pero, mientras los primeros rayos del alba aparecen, caminamos en las sombras y sólo así entraremos en la actitud-esperanza como la vivencia que nos introduce al futuro montándonos en la vida que nace.

Sólo que, hasta aquí, parece que la respuesta fuera individual y es ahí donde estamos atrapados. El “autocuidado” es una acción individualista que nos lleva a seguir alimentando el narcisismo vigente en nuestros días y que seguimos abonando. Este cuidado por sí mismo, se sostuvo en la visión existencial de Martin Heidegger, entre otros y se avivó, es más, se sigue fomentando, pues nos encanta el héroe solitario que salva a todos.

Es tiempo de apostar a la visión comunitaria: ¡no al autocuidado!, sino a generar estrategias que nos enseñen a “cuidar- nos”, así entenderemos el texto: “espero en ti para nosotros”. La esperanza florece a la luz del “nosotros” en el seno de la comunidad. Cuando Emmanuel Levinas nos recuerda que el cuidado es siempre cuidado por el otro, nos hace voltear hacia los rostros de pobre que aparecen en nuestras vidas y sabemos que el rostro muestra lo que hay de infinito en el otro, lo que es inagotable en él. Rápidamente aparecieron las palabras de Sartre: el hombre “se elige frente a los otros, y uno se elige a sí frente a los otros”. Todo compromiso es toma de posición en acción delante de otro. Y yendo un poco más atrás, oímos el grito de Fédor M. Dostoievsky: “somos responsables de todo y de todos”. No podemos escon- dernos ante la niebla de información que atenta contra la conciencia, cuya verdad es la acción.

Pongamos atención en tres de esos rostros que hoy aparecen iniciando con sus nombres: la viuda, el huérfano y el forastero. Hagamos esta pregunta: ¿quiénes son los pobres que tocan a tu puerta? ¿Estás disponible para escuchar el grito de tu pobre?

Para responder a esa pregunta, hay que recordar que ex-sistir significa “salir de ahí” y no ¡quédate ahí! Es verdad: el ser humano necesita ir hacia sí mismo, requiere in-sistir, pero no puede quedarse ahí: se asfixia. La in-sistencia es valiosísima y liba la miel que guardamos en la colmena, pero sólo encuentra sentido cuando sale, cuando ex-siste, cuando endulza la vida de los otros. Nueve meses de insistencia nos preparan para una vida de existencia. La insistencia se mece en la inocencia, y nacer es transitar de esa zona a la de la conciencia: existir es pasar de la inocencia a la conciencia. Ahora se aparece ante mí Antoine de Saint-Exupéry: “En aquel océano de tinieblas cada uno de ellas señalaba el milagro de una conciencia”. Y la conciencia carga en su zurrón, semillas de sentido. De esta suerte, ningún evento vale la pena sin una conciencia que siembre en su seno la simiente del sentido a la luz de un amor por el cual valga la pena la vida.

Hoy nos duele el aislamiento y no hay que conformarnos, porque somos seres de diálogo, seres que sólo nos construimos con-los-otros. Dejemos que esa conciencia nos aleccione y nos abra los ojos para liberar el resplandor que fecunde el sentido de nuestra existencia, pero no dejemos que nos adormezca, aunque duela y constatemos con Ernst Bloch que “el dolor es carne indómita”. Por supuesto, el dolor no calla: aúlla. De este modo sabemos que todo aislamiento no es más que el sufrimiento que ansía el encuentro ante el barullo de la calle o el solaz en la plaza.

Estoy casi seguro que, al final de este evento, es muy probable que terminemos sin conocer su causa: fueron los biólogos o químicos, fue una empresa farmacéutica, fue una conspiración, fue un abuso sobre la naturaleza; ¡no sabremos!, pero lo que sí descubriremos es cómo las personas de hoy supimos enfrentar un evento de nuestro tiempo, y en su corazón hallaremos el amor por la buena voluntad entre los hombres y las mujeres, o la indiferencia que lanza al olvido a los seres dolientes, en cualesquiera de sus sufrimientos. La historia está plagada de eventos que rompen nuestra tranquilidad y seguridad, depende de nosotros saber qué hacemos con ellos: no resolverlos, sino develar el misterio que se esconde en ellos.

Es tiempo de guardar silencio para que la desesperanza nos envuelva en su labor de purificación permitiendo que el amor aparezca lozano y nos enseñe que la vida, también hoy, se abre camino dando paso a los vientos que impulsan la nueva esperanza.

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Dr. Miguel Jarquín Marín

Doctor en Terapia Gestalt y en Filosofía.
Maestro en Enseñanza Superior.
Catedrático y Consultor.

IMAGEN: Diseñada por Freepik

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Revista 5 – Mayo2020

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