Ecos de una pandemia
Por el Dr. Jorge Chávez
Las grandes epidemias de carácter mundial conocidas como “pandemias”, han asolado a la humanidad a lo largo de la historia. Desde la plaga de Justiniano en el año 541 d.C., hasta la muerte epidémica de millares de personas en los inicios de este siglo XXI por el coronavirus, pasando por la peste negra que arrasó Europa en la Edad Media, la gran epidemia de cólera en el siglo XIX y la llamada Gripe española de hace 100 años que dejó 50 millones de muertos en todo el mundo.
Estamos inmersos en esta pandemia conocida como Covid-19 que inauguró el año 2020 con millares de enfermos y múltiples decesos en todo el mundo.
¿Son castigos divinos estas situaciones de desolación y muerte? ¿Son producto de nuestro accionar como seres humanos sobre la ecología del planeta? ¿Son manifestaciones del “mal” que ataca sin piedad a los seres vivos en el mundo? ¿Son desastres naturales que escapan a toda voluntad humana y divina y que simplemente se presentan como parte del devenir de la existencia?
Cada quien tendrá su opinión y su percepción de la situación y cada cultura juzgará desde su entorno particular estos episodios significativos para la humanidad entera. Dice el Talmud: “No vemos al mundo como es, sino como somos”. La psicología moderna habla de la proyección como un mecanismo psíquico de defensa y como una manifestación externa del mundo interior: “Vemos afuera lo que observamos dentro de nosotros”. La corriente filosófica del constructivismo afirma que cada uno de nosotros “construye” su realidad en base al conjunto de creencias, pensamientos y emociones que conforman nuestra psique.
Lo cierto es que estamos viviendo, como sociedad, una crisis global que nos une y nos separa al mismo tiempo. El confinamiento en los propios hogares, la suspensión de labores productivas, del comercio, de las actividades sociales cotidianas como la escuela, el deporte, las reuniones familiares, los convivios… incluso la suspensión de actividades saludables como el ejercicio al aire libre, las caminatas en un sitio arbolado y bien oxigenado, los rituales sagrados en los templos, las sinagogas, las mezquitas, o en el sagrado recinto de la comunión familiar con nuestros padres, abuelos y seres queridos. Todo ello cancelado y hasta prohibido por temor al contagio, a la enfermedad y a la muerte.
La gente está enferma de miedo, de ansiedad, de impotencia, de hambre de convivencia, de falta de alegría, de exceso de restricciones que, a veces, rayan en la violación de los derechos más sagrados como la libertad y la paz mental.
No es el virus el que nos tiene agazapados, es el temor a sabernos vulnerables hasta la muerte lo que nos roba la vida, la tranquilidad y el gusto por respirar, por comer, por deambular sin sentirnos amenazados, lo que nos tiene paralizados como individuos y como sociedad. Es la idea de morir prematuramente y la de sufrir lo que nos atormenta y nos limita. Es la incertidumbre y nuestro deseo de controlar lo incontrolable lo que nos enoja y nos vuelve violentos y agresivos. Es nuestro hábito de culpar a otros de todo lo que nos incomoda, lo que nos mueve a saturar las redes sociales con mentiras, con amenazas y con promesas falsas.
Esta pandemia, como toda situación de crisis, nos obliga a sacar lo mejor de nosotros mismos, pero también lo peor de la naturaleza humana. Es el exceso de información y la falta de comunicación verdadera lo que enferma nuestra percepción de la realidad y oscurece la conciencia de la propia fortaleza que debiera animarnos a encontrar salidas en este laberinto de opciones encontradas.
Anhelamos la vacuna que nos inmunice contra el virus, clamamos por la cura milagrosa que detenga la enfermedad, idolatramos a la ciencia y la tecnología como los salvadores del mundo, en tanto que nuestra humanidad se empobrece y se hace pequeña y miserable; nos vemos a nosotros mismos como carne de cañón de una guerra interminable.
Necesitamos rescatar nuestro poder como seres dotados de inteligencia, de voluntad y de creatividad. Es indispensable que nos revaloremos como especie y dejemos de sentirnos como los depredadores vencidos, los reyes de la creación destronados, los nerds de los seres vivos vapuleados por la brutalidad de lo más pequeño… Y comencemos a vernos como parte substancial de la creación, células vivas de un gran organismo sistémico formado de plantas, animales, insectos, bacterias y virus que compartimos -todos- una sola vida cuyo equilibrio y armonía depende del accionar de cada individuo, de cada especie, de cada familia y de cada grupo animal, humano o vegetal.
Las pandemias son enfermedades sistémicas que abarcan a este gran organismo llamado humanidad. Una enfermedad no es mala en si misma ni desastrosa. Es un movimiento normal y periódico de la vida para reacomodar sus prioridades. Durante las pandemias los bosques se renuevan, los animales descansan y recuperan espacio, el cielo se limpia y la atmósfera respira aliviada con el cierre temporal de fábricas y reactores nucleares.
La responsabilidad de una pandemia no recae solamente en el último eslabón de una cadena de acciones inadecuadas y de hábitos irresponsables. No es un virus ni una bacteria, ni un murciélago, ni un vendedor de animales vivos para el consumo humano lo que nos tiene al borde del colapso. Somos todos los seres que habitamos este planeta quienes debemos revisar nuestras relaciones con el medio ambiente, nuestras acciones a favor o en contra de la salud global, nuestros pensamientos egocéntricos y nuestra hambre de poder y de dominio. Somos los seres pensantes de ese ecosistema quienes podemos remediar nuestros errores y acrecentar nuestros aciertos.
La pandemia es un proceso de reconstrucción biológica para podar las ramas secas que le impiden respirar al gran árbol de la vida. La pandemia es un recurso del inconsciente colectivo para encarar nuestra sombra e iluminar nuestra conciencia. La pandemia es la oportunidad para recluirnos en nuestra casa mental para deshacernos de la basura emocional acumulada en los últimos años por las creencias erradas y los sentimientos adversos.
En un relato de sabiduría oriental se habla de un rey que al momento de morir le entrega al príncipe heredero un anillo que contiene -dice el soberano- el secreto para gobernar el reino con justicia y ecuanimidad. En el interior del anillo se leía la siguiente inscripción: “También esto pasará…” “Cuando todos te alaben -dijo el rey- y las cosas estén en su mejor momento, recuerda hijo que esa gloria es pasajera y terminará pronto. Y cuando te encuentres en momentos difíciles, con angustia extrema y desolación, recuerda que eso también terminará, porque la vida es como
el vaivén del océano: una ola crece, se eleva a su máximo y luego desciende hasta la orilla para desvanecerse”.
Esta pandemia terminará, como todas las anteriores, cuando el pico de la ola se desintegre en la arena del orden cotidiano. Lo importante es determinar desde ahora cómo queremos vivir después de la tormenta y qué cambios podemos realizar dentro de nosotros para que el mundo se renueve y nuestra conciencia dé un paso al frente en la evolución de nuestra humanidad compartida.
Dr. Jorge Chávez Hdez.
Medicina Holística en el Instituto Karuna de Atención Integral
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