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¿Qué síndrome tiene mi hijo?

Por la Mtra. Lucero A. Meneses S.

¿Autismo? ¿Déficit de atención? ¿Asperger? ¿de Heller? ¿TDAH? ¿de problemas de comunicación?… En fin, pueden ser un sinnúmero de síndromes de los cuales hemos escuchado mucho en la actualidad y, tal vez, otro tanto de los que aún ni siquiera hemos escuchado. Lo cierto es que cada vez parecen ser más la cantidad de síndromes y afectaciones, así como la cantidad de niños y adolescentes afectados; esto quizás debido a la creciente falta del sentido humano, a la pérdida de armonía en los ritmos naturales de crecimiento y desarrollo, así como de cómo se vive el día a día: el exceso de estímulos no naturales a la estructura del ser humano y el cada vez más escaso contacto con la naturaleza con sus fenómenos y ritmos…

Por supuesto, es innegable el hecho de que muchos de éstos síndromes se sustentan en lesiones, o quizá falta de madurez del sistema nervioso o de algún otro sistema; sin embargo, muchos otros son aún de causa desconocida.

Ante todo este bombardeo de variedad de síndromes comunes y otros poco comunes, es también cada vez más frecuente el miedo que genera tanto a padres como a instituciones educativas, el hecho de tener un niño o un adolescente que sufra alguno de estos padecimientos, pues también la mayoría no están preparados para enfrentar la forma de guiar y acompañar a estos seres que aún se siguen formando y madurando, y para los cuales nosotros los adultos somos, de alguna forma, una gran influencia.

Ante todo esto, creo que dos de los mayores riesgos que produce este temor son: paralizarnos ante la situación, o movernos en exceso (adelantando con esto diagnósticos equivocados, quizá por un exceso de información sin intervención de un profesional).

Es por esto que quiero compartir con ustedes algunas observaciones que podemos hacer para acompañar, de manera más consciente, el proceso de maduración y/o re-armonización del niño o adolescente, tomando en cuenta por supuesto, la previa valoración médica.

Son muchos los factores que rodean al niño/adolescente en su proceso de desarrollo, algunos de forma hereditaria, y otros más, según la interacción social en la cual se desarrolle.

Ambos factores son primordiales y determinantes en su situación actual, y por tanto, dignos de revisar de manera consciente, para evitar falsos diagnósticos y tomar la responsabilidad que nos corresponde para lograr la libertad antes que la etiquetización.

Recordemos que en todo proceso de re-armonización el arte es indispensable, no sólo por la capacidad que nos da de comunicarnos, sino también por otras más como lo son el ritmo, ampliar la visión, la sensibilización, la autoconciencia y de tener cualidades específicas que lo hacen tener efectos similares a los de un medicamento (si se conoce la prescripción artística).

Entre las cualidades con las que el niño ya nace, encontramos su temperamento, el cual puede ser: colérico, sanguíneo, melancólico o flemático. Esto nos da una pis- ta de que características y cualidades posee como regalo al nacer, y aunque todos los seres humanos poseemos características de estos cuatro temperamentos (pues cada uno es especialmente importante), generalmente son dos los que predominan proporcionalmente en cada ser. El identificarlos, nos ayuda a conocer nuestras cualidades y puntos fuertes, así como las tareas que podemos desarrollar para crecer en armonía.

La relación proporcional de la constitución del niño entre su cabeza y extremidades, también nos guían en esta observación consciente, ya que en esta relación, los niños de cabeza grande tienden a ser más artísticos y ensoñadores, con una aparente “falta de atención”; mientras que los niños de cabeza pequeña son más prácticos, lógicos y caracterizados como “más inteligentes”, lo cuál no significa que uno sea mejor que el otro, aunque la tendencia educativa actual tienda ha olvidar el Todo del Ser que integra al niño, reduciéndolo a una capacidad cognitiva cerebral, un tanto robótica. Ojo, el tamaño de la cabeza no se determina según un niño sea “flaquito” o “gordito”, procuremos hacer una observación objetiva y consciente de la relación armónica del niño, en cómo las extremidades puedes ser más largas en proporción al tamaño de la cabeza aunque el niño sea “gordito”, o las extremidades algo más cortas en relación al tamaño de la cabeza aunque el niño sea “flaquito”.

Según la interacción social que rodea al niño (y aquí entra ya en mucho nuestra responsabilidad), observemos lo siguiente:

¿Cómo es su ritmo respiratorio?
¿Cómo es su tono de voz?
¿Cómo es su andar?
¿Cómo es su ritmo y coordinación?

Estos son algunos puntos que irán construyendo en forma cada vez más profunda y consciente nuestra observación del niño/adolescente, antes de emitir un juicio, o aún de más peso, un diagnóstico a la ligera. Estas últimas preguntas nos llevarán a reflexionar, sin duda, si en las respuestas encontramos realmente deficiencias propias del niño (lo cual tendrá que ser evaluado por un médico), o si tienen que ver con la interacción social en la que se encuentra (lo cuál es materia disponible y digna de ser transformada para llevarla a un nivel de desarrollo y crecimiento consciente que influye directamente en el desarrollo del niño/adolescente y de la sociedad, ¡qué mejor regalo!, nuestra responsabilidad consciente nos lleva a aportar nuestro grano de arena).

¿Cómo observar si lo anterior compete más al niño/adolescente en sí mismo, o con la sociedad (familia, escuela –maestros-, lugar donde vive, etc.) que le rodea?

Sin duda, no podríamos hacer tal observación sin observarnos también a nosotros mismos, o sin observar ese entorno social que le rodea. Algunas preguntas que nos pueden guiar como adultos para conocer un poco más qué tan conscientes somos en nuestra intrínseca labor de “guía de turistas de este mundo” para el niño y el adolescente, son las siguientes:

¿Cuál es claramente mi intención (si es que la tengo, de no tenerla, sería bueno cuestionárnosla) al interactuar con niños, adolescentes y otros adultos?

¿Cómo organizo mi tiempo y en qué baso esta organización?
¿Cómo es mi postura, es decir mi actitud, al relacionarme con los niños, con los adolescentes y con otros adultos y adultos mayores?

¿Cómo es mi respiración, mi postura corporal y mis emociones en cada una de esas interacciones?

Si tomamos en cuenta que el niño, desde que nace hasta los 14 años, son fieles imitadores de nosotros como adultos, y que a partir de esa edad hasta los 21 años, son grandes jueces y cuestionadores de nuestras acciones, con la rebeldía que los hace seguir imitándonos, ahora de alguna forma, con la cual, a la vez nos cuestionan y confrontan; creo yo que definitivamente tomaríamos en forma más consciente y con responsabilidad el papel protagónico que tenemos en este mundo, y lo mejor de todo, el regalo de ser libres para crear y transformar nuestro ser, nuestras historias en eso que definitivamente queremos alcanzar y, tal vez entonces, la cantidad de síndromes disminuya.

Hagamos uso de nuestro derecho y libertad para observar conscientemente, evitemos prejuicios, juicios y etiquetas que nos limiten, y aceptemos despierta y conscientemente el regalo de transformación constante que la vida nos da.

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Mtra. Lucero A. Meneses Sánchez

Mtra. en Arte Terapia Antroposófica. Fisioterapeuta.

IMAGEN: Diseñada por Freepik

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Revista 2 – Mayo2019

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